Agazapado con el fusil entre mis manos con
el camuflado mojado, las botas impregnadas de fango intimidado por la fría oscura
noche aun seguía lloviznando no me importaba si estaba enfangado en arcilla o
goma de mascar.
Sentía una horrible y escalofriante humedad de polo sur atravesando
todo mi cuerpo en especial mis calcetines mojados, angustiado en medio del
inhóspito monte, desconcertado y con los pies entumecidos.
En mi mente solo pensaba –esto es el
cuartel… esto tiene que ser así…- nada tenía sentido, las botas aprisionadas en
la greda ya empezaron a gritarnos, ¡a correr sarnas! A pasar las aéreas de instrucción,
en un absurdo tratar sacar los pies atrapados en barro, no faltaba más, si te hacían
prisionero de guerra… eso no era nada
gracioso.
Esos crudos recuerdos venían a mi mente, al
igual la neblina apareciendo en el parabrisas pintando un cuadro natural de
grises (nocturno paisaje chaqueño) corriendo al sur el bus se transformaba en
un bloque de hielo, otra vez volvía a sentir el horrendo frio flotando por el
ambiente, algo tan parecido a esa lejana noche, aumenta el frio y sentía ansias
de volver a ver otra vez mi cuartel, no sé porque después de tanta tortura.
En medio de las negras sombras de la noche aparecen
una mujer y su niña en medio de la despoblada carretera, suben y se sientan a
lado mío ya hacía rato que peleaba con el sueño solo espero no quedarme dormido
otra vez e intento volver a ver el Avaroa I de Caballería. Pasa todo tan rápido
reconocer la garita donde tantas noches me toco hacer la guardia, feliz y sin
más me quedo dormido no se por cuánto tiempo
Me despierta la voz guaraní de la mujer,
apenas entiendo su mezclado castellano, ella preguntándome ¿en dónde estábamos?
O eso pude entender, no podemos hacer conversación ya que ella habla poco de castellano
en cambio yo no sé nada de guaraní, le respondo –que estábamos abandonando Camiri- se baja a las orillas de
la ciudad, y otra vez de nuevo solo con rumbo hacia el Gran Chaco.
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